Siempre he sido una joven aplicada y constante en mis estudios. La pandemia de COVID-19 y el posterior confinamiento me llevaron a experimentar una gran preocupación por el posible retraso escolar que ello podría conllevar. Así, con el fin de evadirme de estos agobiantes pensamientos, fue como decidí recurrir de nuevo a la lectura.
Recuerdo que cuando era pequeña mi madre me apuntó a un concurso de lectura que organizaba por aquel entonces el ayuntamiento de mi pueblo, ¡y en el que gané mi primera bicicleta! Leí clásicos como Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl y El maravilloso mago de Oz de L. Frank Baum, o El árbol de Julia de Luis Matilla y Días de clase de Daniel Nesquens, entre otros. También leí en valenciano: Històries de por de Angela Sommer-Bodenburg, El diari lila de la Carlota: Un llibre sobre feminisme de Gemma Lienas o Xènia, tens un whatsapp de Gemma Pasqual i Escrivà. A partir de ese momento, comencé a leer por mi cuenta: devoré la colección de Kika Superbruja y me adentré en el reino de la fantasía con el intrépido Gerónimo Stilton (¡sus libros de olores han marcado mi infancia!).
Ahora, en el confinamiento, he recordado lo mucho que me gustaba leer y lo bien que me hacía sentir. Revisando las estanterías de libros de mi hermana, centré la atención en uno verde cuya portada la protagonizaban animales. Era La selva en verso, un libro de poemas de Gloria Fuertes que mi madre nos leía a mi hermana y a mí cada noche. Repleta de nostalgia, decidí leerlo hasta devorarlo esa misma noche. Confieso que pocas veces he tenido contacto con la poesía, pero, desde aquel confinado día, mis gustos literarios tomaron otro rumbo, en parte gracias a mi madre. Ella me permitió conocer mejor a Benedetti con su antología poética, poemas que fueron seleccionados por el gran Joan Manuel Serrat, a quien escuchábamos cada tarde mientras entrenábamos nuestras habilidades culinarias.
El encierro también me permitió retornar a la novela fantástica. Escogí esta temática para evadirme de la realidad en la que me hallaba, y gracias a El valle de los lobos de Laura Gallego lo conseguí. Su lectura evocó de nuevo momentos de mi infancia, así que decidí volver a ver las míticas sagas de Harry Potter y Las crónicas de Narnia. Me permitió, además, conocer nuevas películas como El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, Avengers: Infinity War o Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Finalmente, la fantasía dio paso al romance con la novela de John Green, Bajo la misma estrella. Sí, me declaro fan del melodrama y, sí, no me escondo. Disfruté muchísimo viendo A todos los chicos de los que me enamoré y Ciudades de papel, a la vez que compartía sensaciones con mis amigas, aunque fuera a distancia.
Todo mientras sonaban de fondo Serrat, Pereza, Coldplay y Adele.
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